De máquinas imaginarias y cachivaches con alma

TomasAller
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Desde pequeño me han intrigado las máquinas. Aún a día de hoy me siguen pareciendo algo mágico. Ver cómo transforman una cosa en otra y cómo esto a su vez cambia la realidad que nos rodea me parece una de las cosas más entretenidas y estimulantes que conozco. Además, me ayuda a solucionar problemas. Cuando me cuesta entender algo o no sé qué es lo que pasa, me invento una máquina. Unas son más sencillas y otras más complejas, pero todas tienen al menos tres elementos fundamentales: algo que entra por un extremo, algo que lo transforma y algo que sale por el otro extremo (y que debe cumplir la condición de ser diferente a lo que ha entrado). Y en ese camino de transformación puede suceder de todo. El meollo del asunto suele estar generalmente en la fase de transformación y lograr entender cómo una cosa puede terminar siendo otra. Esta fase de la construcción de la máquina me obliga a investigar, documentarme y preguntar a mis fuentes de información (que van desde mi abuela hasta un primo ingeniero nuclear, pasando por mi amigo Google) y es la más divertida. Se aprende mucho intentando comprender lo que está a nuestro alrededor. Aunque a veces no se consiga del todo.

 

Así que con el tiempo he acumulado una colección importante de cachivaches; la mayor parte son totalmente imaginarios, pero son los que más me gustan. Tengo una que me sirve para comprender como un niño adorable puede transformarse en un chiflado en cuestión de segundos y otra que explica cómo un padre estupendo puede perder los papeles en el mismo lapso de tiempo; otra para entender las tablas de multiplicar; otra para predecir cómo cambia mi sombra a lo largo del día y del año; otra para que me quepa en la cabeza cómo funciona un motor de combustión (algo que me sigue pareciendo increíble), y así un largo etcétera. Algún día haré un museo con todas ellas. O mejor, un parque de atracciones interactivo.

 

Hace poco mis hijos y sus amigos se interesaron por la máquina del tiempo. Así que estuvimos un buen rato hablando sobre el pasado y el futuro, los agujeros negros, sobre cómo funcionaría la máquina y terminamos reflexionando -no sé por qué- sobre la pinta que tendrían los marcianos, cómo irían vestidos y si en realidad serían visitantes del futuro o no. Es lo que tienen algunos temas de conversación, que te llevan de un lado para otro. Sobre todo si los compañeros de tertulia tienen menos de diez años. Es algo que no deberíamos perder: seguir hablando con nuestro niño interior de menos de diez años.

 

Si queremos construir una buena máquina necesitamos saber primero lo que entra por un lado y lo que se supone que va a salir por el otro. Aunque esto último no es obligatorio; la mayor parte de las veces no tenemos muy claro cuál será el resultado transformador de la máquina. Y si no, basta con echar un vistazo a nuestro día a día y ser medianamente conscientes de la cantidad de veces que intentamos algo -con toda nuestra buena intención y todos los recursos a nuestro alcance- y nos sale rana. Lo bueno de construir máquinas imaginarias es que puedes hacer todas las hipótesis que quieras y ponerlas a prueba sin tener que pensar en la cantidad de tiempo y dinero que gastas en cada ensayo.

 

En mi colección de máquinas tengo algunas dedicadas a transformar cosas feas. Cuesta mucho conseguir construir algo así y no siempre lo consigo. Algunas permiten transformar cosas feas en menos feas y otras definitivamente no hay manera de que funcionen y no soy capaz de dar con el fallo. No sé si es un problema de diseño, de montaje o si son las piezas… estoy empezando a pensar que es un error de concepto.

 

Hace tiempo que ando dándole vueltas a la idea de lograr inventar una de estas que funcione de verdad. Es un propósito muy serio y estoy totalmente convencido. Tengo a mi favor todo lo que he aprendido sobre lo que no hay que hacer, de los errores que he cometido hasta ahora y también de los éxitos y de todo lo conseguido, que no ha sido poco.  Pero soy consciente de que también necesito desaprender cosas; es la única manera de enfocar la realidad desde otros puntos de vista, descubrir nuevas dimensiones, matices que lo son todo o aspectos que hasta ahora no había tenido en cuenta porque tal vez ni siquiera sabía que existían. Desaprender para reaprender, deconstruir para reconstruir: un buen punto de partida.

 

La misión de la nueva máquina será recoger todo lo que sabemos a día de hoy -que es mucho- sobre los factores que ponen a las personas en situaciones de riesgo y vulnerabilidad y transformarlo en oportunidades. ¿Oportunidades? Sí: para prevenir dichos riesgos, para convertirlos en aprendizajes y para fortalecer aquellas variables que generan protección, buen trato y cuidado mutuo. En realidad, se trata de dar una oportunidad a la resiliencia. Darnos la oportunidad de hacer frente a las adversidades de la vida, transformando el dolor en una fuerza creativa y en un motor de cambio que nos permita retomar el rumbo de nuestras vidas. Para eso es para lo que ha de servir la máquina.

 

Bueno, no parece fácil, pero sí ilusionante. Y con eso es suficiente. Además, un artefacto así no hace falta que sea extraordinario. Lo serán sus resultados, pero la máquina será algo bastante más sencillo de lo que a primera vista podría parecer. Lo cierto es que la resiliencia es algo cotidiano y habitual entre las personas. Otra cosa es que lo sepan y que sepan cómo potenciarlo. Así que seguramente sea una máquina pequeña, algo que podamos llevar en un bolsillo y que nos ayude a canalizar toda esa resiliencia que está en el aire.

 

Aunque sea pequeña, deberá contener muchas cosas, sobre todo, mucho conocimiento y toda la experiencia que seamos capaces de sintetizar ahí dentro. Así que tendremos que crear algunos talleres, laboratorios y centros de procesamiento donde vayamos preparando todos los componentes que vamos a necesitar pero -sobre todo- donde podamos experimentar soluciones y formas de hacer las cosas. También tendremos que reunirnos con mucha gente y escuchar a todo el que tenga algo que decir (algunos puede que ni sepan la cantidad de cosas interesantes que pueden decir); tendremos que aprender a escuchar lo que dicen, y también lo que no dicen: es importante escuchar el silencio, tal vez así logremos escucharos a nosotros mismos un instante.

 

Necesitaremos muchas ideas y propuestas y dado que buscamos una forma diferente de hacer las cosas a como se vienen haciendo hasta el momento, precisamos propuestas audaces, arriesgadas, disruptivas e inauditas. Además, la necesidad de hacer las cosas de otra manera no tiene nada que ver con el culto a lo nuevo, sino con la cultura de la innovación, ofreciendo enfoques y propuestas alternativas a los retos con los que nos encontramos, explicando nuestro presente y comprendiendo nuestro futuro.

 

Tienes que saber que ya hemos empezado a darle vueltas a los planos y disponemos de varios laboratorios (los llamamos “iniciativas” para que nos tomen por gente seria) en los que estamos construyendo los componentes y experimentando continuamente (tanto que ya no sabemos si hay alguna diferencia con jugar, aunque tampoco estamos seguros si debería haberla) sobre todas sus posibilidades. Tal vez sea labor de toda una vida o quizá de varias. No hay tiempo que perder y sí mucho tiempo que invertir. Si quieres, podemos recorrer este camino juntos. Lo único que puedo asegurarte es que no siempre será divertido pero viviremos varias vidas en una.

 

[1] Parte del texto está basado en el Prólogo que escribí en 2016 a la innovadora obra -tanto en el título, como en el formato y sus contenidos- de Estefanía Salazar Yanes, “El Método Espantamonstruos. Un remedio que elimina los monstruos por todos los siempres” (más información en https://pulgaygarrapata.com/el-metodo-espantamonstruos/). Gracias Estefanía por aquella oportunidad, que ahora revisito.